Mentira, verdad, ¿consecuencia?

Hace apenas unos instantes se me ocurrió pensar que era peor, una mentira que pareciera verdad o una verdad que pareciera mentira, una de las dos sería mucho más cruel que la otra pero.. ¿por qué? ¿Cuál sería cual?

En este mundo actual donde la mentira es moneda corriente y de uso popular y particular, podría decirse hasta que hay situaciones en la que la mentira está bien aceptada, por ejemplo: una mujer le pregunta a su pareja si tal vestido o ropa le queda bien.. y si.. o sea.. no es mentir es alivianar la carga. O al revés el “¿estás enojada? Que le pregunta él a ella, quien responde “NO” (ya sabemos que si). La cuestión es identificar que ciertas mentiras (las calificadas piadosas) están aceptadas socialmente. Y ciertas verdades están rechazadas socialmente.. “¿te cayeron bien mis amigos?” “la verdad que no son todos unos…” y para evitar un sincericidio, mentimos.

Entonces tenemos verdades que no “queda bien” decir y mentiras que son absolutamente aceptadas (un tanto hipócrita la sociedad hoy, ¿no?). Ante mi duda invente situaciones, recree ambientes, conversaciones, charlas, peleas y forme de alguna manera un contexto ideal en el cual poder llegar a interpretar la manera, forma y fin de una mentira-verdad.

Una mentira aceptada es algo de lo cual nosotros mismos nos queremos convencer y necesitamos la opinión u observación de un tercero para argumentar nuestra decisión. Por el contrario una verdad rechazada es profundamente dolorosa para quien la emite y completamente indiferente para quien la recibe. Dicho de otra manera somos capaces de aceptar las mentiras más insólitas siempre y cuando podamos sacarle provecho, pero somos incapaces de aceptar toda verdad que nos perjudique.

Incluso hay situaciones en las que preferimos que la verdad no sea tan cierta, o que la mentira pueda disfrazarse mejor para no hacernos quedar tan mal. Hablando de los sentimientos estamos acostumbrados a mentir y que nos mientan, a veces sabemos que es mentira, pero en el fondo esa mentira es lo que queremos escuchar, nos están mintiendo en la cara pero no nos importa esa mentira era justa y perfecta para lo que yo quería, la prefiero antes que cualquier verdad que no se adapte a mis deseos y anhelos. Ahora si nos dicen la verdad, estando tan acostumbrados a que nos mientan, ¿qué hacemos? Dudamos! No creemos, pensamos que exageran, porque en realidad las cosas que nos parecen ser fáciles o perfectas  traen consigo la incertidumbre impresa.

Si decimos la verdad “sin caretas”, de frente, y sin poner excusas, somos “personas sin filtro” y hasta quizás socialmente rechazadas; ahora si somos habitúes en el arte de mentir, no somos más que un fabulador al que en algún momento nos van a dejar de creer, pero en definitiva uno más del montón.

Me duele creer que como flamante promovedor de la verdad absoluta, no se crea mi verdad, se la tape o disfrace al punto de parecer graciosa o disparatada, pero siempre menospreciándola. Ignorándola. Rechazándola. Lo grave de la mentira-verdadera o la verdad –mentirosa es que en ninguno de los dos casos podemos dejar de ser subjetivos, siempre pretendemos consciente o inconscientemente que la consecuencia nos sea favorable y que nunca  nos juegue en contra, quizás sea el instinto de supervivencia o solamente la manera menos peligrosa que encontramos de vivir en sociedad.

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