La hora de mi muerte

La hora de mi muerte ha llegado, sin quererlo me encontré con esta novedad, desperté esta madrugada de golpe y allí estaba esperándome, sentada a un lado de la cama, en silencio. A pesar de los que todos creen, no tenía cara de mala, ni de diabólica, de hecho creo que estaba apenada. Había algo en sus ojos que denotaba tristeza, denotaba impotencia, algo en su mirada estaba apagado, algo había dejado, olvidado. Me dijo que ya era hora y con un simple gesto lo entendí, hasta acá habíamos llegado, me dijo que no era doloroso, de hecho me conto que es un momento sumamente creador, renovador, que mi alma lo desea a pesar de que mi cuerpo lo rechace. Me contó que es lo que iba a experimentar y me dijo que me quedara tranquilo, que nunca iba a estar solo en este proceso, en este salto.

La muerte vino a buscarme y no fue tan terrible como lo había imaginado, le pedí que me dejara despedirme, quería verlos a todos al menos una vez más, darles un abrazo, un beso, decirles todo lo que los amo, pero esto no era viable. Me dijo que no hay tiempo, y que las cosas no siempre son así, ella solo cumple con su parte divina del trabajo, viene a buscarnos y nos acompaña, pero no decide las reglas, salvo raras excepciones. Me dijo que si no había podido decirle a alguien que lo amaba, si no había podido besar a alguien, abrazar, tocar, sentir, amar…si no había podido hasta ahora ya no era el momento de intentarlo, había tenido toda una vida de regalo y no la había aprovechado, me había perdido en otras malas costumbres, me la había pasado estudiando, trabajando, siendo un ser socialmente aceptable.

Se quedo en silencio esperando mi procesión interna, observándome, atenta a cada detalle, a cada pregunta, a cada lágrima. Hablamos un largo rato, me conto que a veces no le gusta este trabajo, que los humanos solemos echarle la culpa de todo y que así como la vemos, ella también tiene sus días buenos y sus días malos; me conto que alguna vez amo y que fue ella misma encargada de acompañar a su gran amor en este proceso; me conto que muchas veces llora, que le gusta mucho mas trabajar de noche porque la gente está dormida, entonces no tiene que verlos llorar, pedir, suplicar por su vida. Me conto que la soledad pasajera es ideal, pero que la suya es una agonía.

Cuando tuve la oportunidad le pregunte por que tenía esa mirada cansada, agotada, triste, y me dijo que era por mí. Que ella aprovecha los momentos de soledad, de desamor, para que sus trabajos no sean tan dolorosos, a una persona no le importa irse cuando cree que su vida no tiene sentido, cuando el amor no está presente, cuando cree que nadie lo va a llorar. Me dijo que el amor es la única fuerza capaz de vencerla y que a pesar de creerse rivales, son eternos compañeros y se llevan muy bien. Me dijo que yo no debía partir hoy, al menos no antes de tocar nuevamente tu mano, al menos no antes de besarte por primera vez, al menos no antes de abrazarte; me dijo que el amor acababa de pasar de largo en mi vida, y que nadie debe irse sin experimentarlo nuevamente, por última vez. Entonces le pedí un favor, que me diera la oportunidad, que me dejara ir hasta tu casa, tocar a tu puerta y ver tu sonrisa, darte un abrazo. Le prometí que después podría llevarme, que no iba a lamentarme ni llorar, le suplique por vos.

Me dijo que no hacia excepciones, salvo casos que verdaderamente lo ameritaban, y éste…éste podía ser uno de esos casos, pero pidió acompañarme, que evitará mirarte a los ojos y que no te contara absolutamente nada. Termine de cambiarme y salimos a la calle, hacía frío, aún estaba de noche, el sol no se había asomado y corrí hasta tu casa, ella como una sombra siempre detrás mío, estaba nervioso, ansioso, quería verte, pero no quería irme, toque a tu puerta, el tiempo era eterno, la puerta se abrió y allí estabas, no pude evitarlo y te mire a los ojos.

De pronto algo sucedió. Desperté en la cama y ella estaba allí, a los pies, esperándome, le pregunte si todo había sido un sueño, si en realidad nunca había ido hasta tu casa, si me había quedado dormido. Me dijo que descansará, que otro día vendrá, quizás dentro de mucho, y me pidió que en cuanto me despierte vaya a verte, que no dejara pasar ni un segundo. Me conto que ella también te miro a los ojos, y que se ilumino con el amor que ellos irradiaban. Las cosas no podían terminar así, el amor nuevamente había aparecido y esta vez, la muerte, se iba con las manos vacías, pero con los ojos repletos de esperanza.

Deja un comentario