Según cuentan las historias hace miles de millones de años no existía agua salada sobre la faz de la tierra. Al menos no hasta la primer lágrima de un pez…
La lágrima del pez.
¿Cómo sería la luz en un mundo sin noche?
Este pez, el primer pez en llorar en la historia del mundo submarino, tenía un nombre larguísimo de algo así como 17 letras y 28 de ellas eran vocales, increíble! Como resultaba muy difícil nombrarlo, sus amigos le llamaron Amidán. Amidán pasaba largas horas del día investigando el lecho marino, se alejaba mucho de sus amigos solo para investigar, su curiosidad innata lo llevaba a explorar recónditos lugares y su imaginación, en la cual nunca escatimaba, lo hacía vivir aventuras increíbles. A pesar de todo esto Amidán era un pez muy común, pasaba desapercibido entre los demás de su especie, la sertourinitis paulimulilover, que fue descubierta recién en el año 1836 por un biólogo Alemán llamado Hugo. Y sus horas, días, semanas y meses los gastaba tratando de esconderse de sus depredadores, era una vida muy.. aburrida pero era su manera de vivir. Amidán y los de su especie no conocían otra manera de vivir, y esto no era justo, esta forma de vivir sobreviviendo no es para lo que Amidán había nacido.
Una tarde volviendo de una de sus aventurescas expediciones conoció a.. bueno su nombre era tan largo que tenia 27 letras, de las cuales 34 eran consonantes, así que sus amigos le decían Laupa. Laupa era una pececilla de la especie pauimpostina impretunderis descubierta en 1912 por un biólogo Alemán llamado Hugo. Amidán y Laupa comenzaron una inexplicable amistad, venían de dos mundos diferentes, dos especies distintas; ella de aguas cálidas, dulces y serenas, él de aguas frías, dulces y turbulentas; pero igualmente congeniaban de una manera fascinante. Al poco tiempo, muy poco tiempo Amidán comenzó a sentir un profundo amor por Laupa, tan profundo y tan grande como irreal, pero Laupa no estaba preparada aún para expresar sus sentimientos y por esto Amidán no decía nada, no expresaba nada, seguía aparentando ser su amigo, sin dar señal alguna de lo que la amaba. Los días pasaban y cada vez que se veían las pulsaciones de Amidán se aceleraban, cambiaba su pulso, su estado de ánimo, su humor, todo era diferente, todo giraba en torno a Laupa y su amor le rebalsaba el pecho. Pero él se mantenía al margen sin que ella ni nadie lo notase, sus sentimientos estaban encarcelados en lo más profundo de su corazón.
Todo mantenía su curso, la vida seguía siendo aburrida e infructuosa, vivir escapando de depredadores, era una monotonía poco saludable que de alguna manera iba a cambiar. Lo ocurrido la noche del 24 de junio de aquel año en el que los fríos inviernos congelaban el océano iba a ser un ancla en la vida de Amidán, aquella noche el peor de todos los males jamás imaginado estaba a punto de salir a la luz. Laupa ya no quería ser su amiga, veía en Amidán ciertos sentimientos que la atemorizaban y eso la hacía alejarse de él.
Cuando Amidán se entero de esto un extraño sentimiento broto, una angustia alojada en su pecho quiso expresarse, y lo hizo! Y por primera vez en la historia del mundo submarino un pez lloró.
No entendía que es lo que ocurría, sentía que de sus ojos algo salía, pero no podía ver que era, no podía distinguirlo, hasta que “eso” llego a sus labios, allí fue cuando por primera vez en eones de tiempo, en infinitas galaxias, en distintas dimensiones, eso que tenia un sabor extraño inicio su proceso de conquista de las aguas marinas. Amidán no podía contener sus lágrimas, su angustia era infinita y el llanto, brotando a borbotones se expandió una, y otra, y otra, y otra vez. Días después los miembros del cardumen notaron este extraño sabor que el agua tenia y siguiendo el rastro dieron con el origen. Los ancianos contaron diversas historias, fabulas y leyendas que aseguraban que hacía miles de años sus ancestros habían experimentado este llanto, que no era común en los de su especie, si en las especies terrestres, pero que muy ocasionalmente podía suceder, solo si la angustia o la felicidad eran magníficamente impresionantes, y como la vida en el lecho marino era monótona y aburrida, de felicidad seguro no iban a llorar.
Amidán no tenía consuelo, lo único que había amado en la vida lo había perdido. Y esto era definitivo y para siempre.
Con el tiempo las cosas comenzaron a cambiar en las aguas marinas, si bien Amidán dejo de llorar, su angustia no desaparecía de su pecho y al agua no perdía ese extraño sabor. Pero todo esto se había vuelto común y cotidiano. La vida en general seguía siendo aburrida aunque algunos se animaban a tomar ciertos riesgos.
Aun hoy los ancianos cuentan la historia de Amidán y su amor, aquel amor que no fue en vano, el que dejo una pequeñísima huella; a partir de ese entonces jamás nadie se olvidaría que alguna vez un pececillo lloro tanto que sus lágrimas le cambiaron el sabor al mar.